Wallada Ben al-Mustakfi


Wallada era princesa, hija del califa Muhammad III al-Mustakfi

Wallāda bent Muhammad III nació en Córdoba a fines del siglo IV/X en el año 994. Su padre, Muhammad III, bisnieto de ‘Abd ar-Rahmān III, fue proclamado califa con el título de al-mustakfī bi-l-Lāh el 3 de Dū l-Qi’da del año 414/17 de enero de 1024. Ante la inminente entrada del califa ši’ī Yahyà ben Hammūd que de nuevo conquistaría la capital en Rahmān del año 416/ noviembre de 1025, tuvo que huir de Córdoba, 47 días después el 26 de mayo de 1025, hacia los olivares de Jaén, donde acabó pidiendo limosna. Fue asesinado en Uclés, pocas semanas después .

Muhammad veneraba a su hija. Le había impuesto el nombre de Wallāda (la que alumbra), como un presagio o como una profecía, o quizás porque no podía ser otro el apelativo de una poetisa tan refinada y curtida como era ella.


La madre de Wallāda había sido una esclava persa llamada Aminā, de extraña hermosura, cuya danza cautivaba a cuantos la veían y de la que la princesa heredó sus ojos persas, de un negro azulado como el ónice, y su cabello negro profundo, su misma perturbadora belleza y la especial disposición a la danza.

La esclava Aminā había enseñado a su hija los entresijos del idioma griego y, aunque conocía el árabe, se había obstinado en no hablarlo, por ser la lengua de su dueño Muhammad.

La infancia de Wallāda transcurrió en la residencia paterna conocida como La Munya del Romano. La finca enorme había pertenecido en los tiempos anteriores a al-Andalus a un rico patricio romano de buenos modales y gustos exquisitos, y quedaba recostada al pie de la sierra montañosa al noreste de Córdoba, junto al escarpado camino llamado de los Nogales, a medio día de distancia del centro de la capital.

Wallāda tuvo como maestro a Ibn Hazm. Éste llegó a la vida de Wallāda cuando se cumplían dos terribles años del asedio beréber sobre la capital cordobesa. Algo más tarde, el poeta había confesado que además de buscar un empelo como preceptor, le había conducido hasta La Munya del Romano la curiosidad por conocerla pues e contaba entre los intelectuales que aún quedaba en Córdoba que ella había heredado la brillantez de sus antecesores, los dos califas sabios.

Desde el primer momento Ibn Hazm había comprendido que se hallaba ante una criatura destinada a permanecer más allá del tiempo y de las cosas. Era sólo una niña, pero su porte resultaba turbador y su presencia lo llenaba todo .

Poco a poco empezaron a escasear los recursos de Muhammad y éste se tuvo que resignar a trasladarse a la capital. Wallāda estaba cumpliendo sus doce años cuando comenzó la verdad de su vida. En el mismo mes del pleno sol de 1018, habían coincidido el advenimiento de su primera luna menstrual y el abandono de La Munya de Romano, donde había transcurrido su infancia alejada del dolor y la desgracia .

Algunos autores afirman que Wallāda era inmoral y libertina; otros, por el contrario, dicen que tenía excelentes dotes morales.

Wallāda, prototipo de princesa culta y brillante, es famosa fundamentalmente por haber inspirado a Ibn Zaydūn los versos de amor más hermosos de la poesía hispanoárabe, pero además ha despertado el interés de los autores árabes por su misma personalidad.

Su alta posición le permitió una excepcional libertad de actuación. No debió de durar demasiado esa época de su vida. Córdoba era una cuidad poco segura, expuesta a la invasión de los ejércitos de las facciones rivales y al pillaje de los soldados.

Debieron ser pocos los años dorados de Wallāda, y en ellos su cultura, su belleza y su encanto atrajeron a sus reuniones a los poetas y escritores más importantes de su época que buscaban su agradable compañía, pues a su inteligencia se sumaban su nobleza y su irreprochabilidad. Pero su desprecio por las conveniencias dio lugar a numerosas habladurías acerca de su conducta, de ahí también la afirmación de que carecía del decoro propio de su nobleza.

A pesar de esto, algunos autores dicen que era famosa por su recato y su honestidad, y la comparan con una princesa ‘abbasī, ‘Ulayya, hija del califa al-Mahdī, de quien se alababa su belleza, una poetisa estimable, y su decoro y honestidad. Como la comparación la hace Ibn Sa’īd, nos advierte que Wallāda era más hermosa.

Las coplillas de Wallāda se escuchaban en boca de las doncellas de Córdoba. Su celebridad como princesa poeta, asiduamente solicitada para recitar sus composiciones en las recepciones palaciegas, se había propagado más allá de los muros del alcázar califal y toda la capital hablaba de los versos de Wallāda, a la última princesa Omeya, bella como un pecado, sabia como un deleite. A tanto llegó su reputación con tan sólo catorce años, que consiguió permiso especial de la corte para asistir a los juegos florales que por la primavera se solían celebrar en las plazas más céntricas de Córdoba, donde los poetas y versificadores más brillantes solían medir sus técnicas y sus ingenios en certámenes que llenaban de euforia a los espectadores.

Las cosas se habían complicado enormemente para Muhammad, quien, temeroso de que lo descubrieran como colaborador de la intriga que se estaba sucediendo en Córdoba, se ocultó a la espera de nuevos acontecimientos. Qāsim había reclamado su derecho como sucesor al trono de Córdoba. Una sangrienta batalla decidió la suerte a favor de los beréberes y Qāsim se proclamó nuevo califa de al-Andalus, segundo de la dinastía hammūdí. Muhammad se exilió de Córdoba y el más oscuro horizonte cubrió las expectativas de Wallāda, expuesta a la incertidumbre más dolorosa.

El harén de las mujeres reales pasó, como un vergonzante botín de guerra, como una jaula inservible con ciento de pájaros mudos, a manos de un nuevo propietario, esta vez el califa Qāsim.

Qāsim mostraba un interés muy especial por los recitados de Wallāda, la princesa era habitualmente invitada a las recepciones que celebraba porque él decía que sus versos eran los preferidos de sus nobles invitados.

Desoyendo las recomendaciones de sus visires, Qāsim otorgó a Wallāda tratamiento regio, habilitó para ella aposentos privados junto con su madre, su nodriza y varias esclavas a su servicio y le dio en repetidas ocasiones muestras de respeto sincero.

Wallāda aceptó el trato exquisito que le otorgaba el soberano, pero no mostró ningún interés por su deseo, del que toda la corte y toda Córdoba se hacían eco. Qāsim comprendió finalmente que, aunque había ganado su consideración, Wallāda la Omeya estaba fuera de su alcance y se aplicó por tanto en adorarla a distancia, resignándose con su fortuna.

El régimen de tolerancia que Qāsim había designado para ella, permitió que llegaran a las manos de la princesa los versos de un poeta joven que en Córdoba gozaba de popularidad, pues, osado en sus comparaciones y el la métrica empleada, se declaraba nuevo exponente de la lírica andaluza.

La princesa guardó la carta comprendiendo que eran palabras de amor lo que el firmante le dedicaba. Busco la rúbrica, pero no halló firma ni nombre.
Se repitieron las cartas. Wallāda esperaba éstas con impaciencia, y cada día llegaba el mercader quien le entregaba las cartas que iban escondidas en un libro, un pañuelo o una caja de incienso.

En uno de los versos recibidos estaba por fin escrito el nombre de su embelezado: Zaydūn, estudiante de leyes y letras, que había de huir, según le indicaba en su carta, pues su afiliación por la causa omeya lo hacía incómodo a los ojos beréberes .
Wallāda había cumplido dieciséis años en 1022 cuando Yahyà Alí Ibn Hammūd se proclamó rey.

El desamparo de Wallāda y de las mujeres de su familia se tornó en desesperación. Yahyà pretendía a la princesa como concubina y así se lo hizo saber, prometiéndole grandes riquezas a cambio. Pero la princesa se había negado rotundamente y le fueron retirados sin más los favores y los derechos que el anterior califa le había concedido. Fue confinada junto con su madre, su nodriza y sus doncellas al peor y más inmundo de los aposentos del harén y tuvo que soportar que se iniciara en su contra un horrible asedio para que Yahyà consiguiera lograrla como amante.

En el año 1023 sube al poder el califa ‘Abd ar-Rahmān V, un hombre de veintidós años, muy culto, noble de corazón y que exhibía una verdadera e ilusionada entrega al objetivo colectivo de levantar el país. Formó su gobierno cuidadosamente, eligiendo a los miembros para sus cargos según sus capacidades, y por ello había designado como visires de su especial confianza poetas entre los que se hallaba Ibn Hazm, que había sido su propio compañero de infancia y estudios.

La valentía de la princesa omeya demostrada frente al innoble Yahyà la había convertido en modelo de coraje y de inteligencia. Aquellos que habían ayudado al nuevo califa a tomar el poder sabían que Wallāda les había prestado una inestimable colaboración, y el propio califa quiso compensarla con obsequios que ella se negó a aceptar. Sin embargo, admirada por su inteligencia excepcional y sabedora de sus dotes de poeta brillante, el nuevo califa la había designado consejera de su gobierno, solicitando su presencia en las reuniones del gabinete de notables. Le otorgó permiso especial para disponer de las estancias del alcázar, para entrar y salir a su antojo, para elegir servidores y administradores palatinos y le reservó un asiento a su derecha, llamándola públicamente prima y hermana suya.

‘Abd ar-Rahmān V le ofreció su amor sin condiciones. La hermosa deseaba dentro de sí vivir de nuevo el éxtasis de la pasión indómita, única sensación capaz de llevarla fuera del mundo y lejos de su memoria. Encontró en el califa una renovada promesa de huída y se entregó furiosamente a sus besos, buscando las huellas de aquel amante anónimo con quien hubo abierto las puertas a su fantasía de plenitud; pero no halló en su joven primo el edén soñado. Wallāda comprendió casi de inmediato que el joven califa no era su destino. Aunque nunca accedió a casarse con él se entregó a su placer.

Por aquella época Ibn Zaydūn se limitaba a su labor de secretario calígrafo y administrador, en cuyo cumplimiento era muy apreciado. A pesar de su juventud, se había ya revelado como un gran conocedor de los clásicos, cuya herencia había mejorado en sus poemas; era gran aficionado a enfrentar sus versos con los de otros poetas en los certámenes públicos y en los salones cultos de Córdoba.

Ibn Zaydūn se enamoró perdidamente de Wallāda y ella, al parecer, le correspondió pidiéndole en verso que la visitara.

De la época de sus amores con Ibn Zaydūn se han conservado dos poemas en los que confiesa su deseo de verlo y añora las horas pasadas en su compañía:

Cuando caiga la tarde, espera mi visita
pues veo que la noche es quien mejor encubre los secretos;
Siento un amor por ti que si los astros lo sintiesen
no brillaría el sol
ni la luna saldría, y las estrellas no emprenderían su viaje nocturno.

Tras la separación ¿habrá medio de unirnos?
¡Ay! Los amantes todos de sus penas se quejan.
paso las horas de la cita en el invierno
sobre las ascuas ardientes del deseo,
y como no, si estamos separados.
¡Qué pronto me ha traído mi destino
lo que temía! Más las noches pasan
y la separación no se termina,
ni la paciencia me libera
de los grilletes de la añoranza.
¡Qué Dios riegue la tierra que sea tu morada
con lluvias abundantes y copiosas!

Pero estos amores terminaron bruscamente; quizás a causa de los devaneos de Ibn Zaydūn, enamorado de una esclava negra de la misma Wallāda, cuyos celos se expresaron en un poema lleno de ceñimientos contradictorios: orgullo herido por haber sido suplantada por una mujer de inferior posición y dolor por verse abandonada:

Si fueras justo con el amor que existe entre nosotros,
no habrías escogido ni amarías a mi esclava;
has dejado una rama donde florece la hermosura
y te has vuelto a la rama sin frutos.
Sabes que soy la luna llena,
pero por mi desdicha,
de Júpiter estás enamorado .

Es posible que este incidente haya hecho que Wallāda pusiera sus ojos en uno de los ministros de entonces, el visir Abū ‘Amir Ibn ‘Abdūs, lo que provocó los celos de Ibn Zaydūn, que escribió a este personaje, satirizándolo, una risāla que se hizo bastante famosa y debió desencadenar la ruptura definitiva con la princesa, que en esta época escribe algunas sátiras feroces contra su antiguo amante. Los de Wallāda son sumamente duros, su fuerte carácter se desborda en ellos. Botón de muestra puede ser éste:

Tu apodo es el hexágono, un epíteto
que no se apartará de ti
ni siquiera después de que te deje la vida:
pederasta, puto, adúltero,
cabrón, carnudo y ladrón .

Ibn Zaydūn, a pesar de sus virtudes,
maldice de mí injustamente y no tengo culpa alguna;
me mira de reojo, cuando me acerco a él,
como si fuese a castrar a su ‘Alī.

A pesar de sus méritos, Ibn Zaydūn ama
las vergas que se guardan en los calzones;
si hubiera visto el pijo en las palmeras,
se habría convertido en pájaro abābil.

La sátira es un género que Wallāda debió de cultivar con cierta asiduidad, pero sólo se han conservado los tres poemas contra Ibn Zaydūn y el que le compone a al-Asbahī:

Enhorabuena, al-Asbahī, por los beneficios
que has recibido del Señor del Trono, del Benefactor;
has conseguido con el culo de tu hijo
lo que no consiguiera
con la vulva de Būrān su padre al-Hasan.

Ibn ‘Abdūs llegó incluso a hacerse cargo de ella, en la medida de sus posibilidades, que se nos describen como escasas.

Wallāda murió después del año 470/1077, o bien, según otra versión que proporciona Ibn Baškuwāl, el mismo día que murió al-Ftah Abū Nasr, hijo de al-Mu’tamid, defendiendo Córdoba del ataque almorávide; era el mi´recoles 2 de safar de 484/26 de marzo de 1091 .

Más sobre la obra de Wallāda

Wallāda llevaba escrita en sus vestiduras una leyenda que proclamaba por una parte la inaccesibilidad de su dueña, y por otra justamente lo contrario.

Juro por Dios que soy digna de alteza y nobleza
voy encaminada jactando, muy altiva mi cabeza;
Y sobre el izquierdo:
Permito a mis amantes que toquen mi mejilla hecha liza,
y acepto los besos de quien desee probar mi belleza.

En estos versos podemos observar la rígida personalidad de la que hace gala la poetisa. Ella se sabe admirada y sabia y así lo hace constar en su hombro derecho. Muestra su orgullo por pertenecer a la alta sociedad de al-Andalus, donde goza de ciertos privilegios.

En cambio en su hombro izquierdo nos muestra ese libertinaje que le rodea constantemente. Expresa esa ansia de amor, ese erotismo y a la vez la libertad que adquiere la mujer en esta época.

Ya para terminar el trabajo se presentará a continuación la poesía que aún se conserva de Wallāda:

Visita

Espera mi visita cuando apunta la oscuridad,
pues opino que la noche es más encubridora de los secretos.
Tengo algo contigo que si coincidiera con el sol,
éste no brillaría
y si con la luna, ésta no saldría
y si con las estrellas,
éstas no caminarían.
Este es un poema muy refinado donde la poetisa hace uso de su lenguaje más culto y refinado. Es un poema de amor dedicado a su amado, con una sensibilidad exquisita como solo ella es capaz de expresar.

La separación

Tras la separación, ¿habrá medio de unirnos?
¡Ay! Los amantes todos de sus penas se quejan.
Paso las horas de la cita en el invierno
sobre las ascuas ardientes del deseo, y como no, si estamos separados.
¡Qué pronto me ha traído mi destino
lo que me temía! mas las noches pasan
y la separación no termina,
ni la paciencia me libera
de los grilletes de la añoranza.
¡Qué Dios riegue la tierra que sea tu morada
con lluvias abundantes y copiosas!

Al igual que el anterior poema este es un poema amoroso para su amado Ibn Zaydūn. Es un poema sensible, casi tímido en comparación con otros poemas suyos. Un lenguaje refinado envuelve las ansias de amar, su anhelo en la distancia. Es un poema lleno de sentimientos, de temores ante una separación pero a la vez con la esperanza de un reencuentro.

Enamorado de Júpiter

Si hubieses hecho justicia
el amor que hay entre nosotros
no hubieses amado ni preferido a mi esclava,
ni hubieses abandonado la belleza de la rama
cargada de frutos,
ni te hubieses inclinado hacia la rama estéril.
Siendo así que tú sabes que soy yo
la luna llena en el cielo, sin embargo, te has enamorado,
por mi desgracia, de Júpiter.

Este poema es bastante duro si lo comparamos con los anteriores. Es un poema cargado de celos, de reproches ya que se siente traicionada por su amante. Ella carga contra los dos, comparando a su esclava, que era negra, con el planeta oscuro, Júpiter. Ella se muestra como la luz, la pureza, la fertilidad de un árbol cargado de frutos en plena primavera. A partir de esta traición comienzan a sucederse las sátiras.

El hexágono

Tu apodo es el hexágono, un epíteto
que no se apartará de ti
ni siquiera después de que te deje la vida:
pederasta, puto, adúltero,
cabrón, cornudo y ladrón.

Esta es una de las sátiras más duras que dirigió Wallāda a Ibn Zaydūn. Es conocida también por ser la sátira de los siete insultos hacia Ibn Zaydūn. En ella la poetisa se muestra sobria y dura, contundente. Descarga toda la rabia que la envuelve contra el poeta. Usa un lenguaje claro y conciso para expresar en ese momento todo el rencor que lleva dentro. Usa un lenguaje no muy acorde a la feminidad que le rige, más bien usa un lenguaje más propio para los hombres de su época que para una mujer, aun así se trata de uno de los poemas más conocidos de Wallāda.

Ave veloz

Ciertamente que Ibn Zaydūn, a pesar de su prestigio
Estaba sonado por los barrotes de los pantalones;
Si un pene viera, sobre alguna palmera,
Él sería de las aves más veloces.

Una vez más vemos como en esta sátira Wallāda arremete contra su ex amado. Lo insulta está vez de un modo, tal vez, más sutil o más suave que en la sátira anterior. Aunque sigue conservando la poetisa un lenguaje claro y sobrio no muy propio de una dama de su tiempo. Es este tipo de leguaje usado el que le da, tal vez, esa fama de mujer libertina y desvergonzada, de mujer adelantada a su época.

Enamorado de su secretario

Ciertamente que Ibn Zaydūn, a pesar de su prestigio,
me calumnia injustamente, sin que tenga culpa alguna.
Cada vez que a él me acerco, me mira con rencor,
Como si viniese yo parara castrar a ‘Alī.

Esta otra sátira vuelve a ser refinada y vuelve a ser una sátira un tanto indirecta en comparación con las anteriores. El lenguaje usado por Wallāda se vuelve más refinado y acorde a su posición y a su cultura. Deja ver como le reprocha claramente a Ibn Zaydūn su alejamiento, su desinterés. Tal vez sea este tipo de sátiras las que conviertan a Wallāda en una mujer con fama tan ambigua al romper con la estructura usada en sus sátiras anteriores.

Al-Asbahī, muy rico

¡Conténtate al-Asbahī! Cuántos dones
te han venido del Señor del Trono y del Dueño de las dádivas.
Has obtenido con el culo de tu hijo lo que no habría obtenido
Con el coño de Būrān su padre la-Hasan.

Nuevamente Wallāda hace gala de ese lenguaje libertino, brusco y desvergonzado. Vuelve a usar reproches bastos para una mujer de clase alta y educación refinada. Vuelve a mostrarnos la poetisa sus dos caras tan contrapuestas, sus dos lenguajes extremadamente opuestos. En poemas anteriores hemos visto un lenguaje culto, refinado, erótico, apasionado y a la vez en otros nos ha mostrado un lenguaje vasto, seco, osceno, no muy refinado ni culto.

La poetisa usa en sus poemas tanto el estilo directo como el indirecto, haciendo al lector pensar, imaginar y viajar en un paisaje cargado de naturaleza, paz y armonía o al mismo tiempo sentirse violentado por la rabia que muestra en sus poemas capaz de ser transmitida al lector.

Lo que sí queda bastante claro es que la obra de Wallāda no es una obra que deje indiferente a quien la lee, sino que es una obra que sabe calar y llegar a dentro. Es una obra muy viva y realista.

Conclusiones

Como hemos podido observar a lo largo del trabajo, el papel de la mujer musulmana está bien definido, así como su ámbito de atribuciones en la sociedad islámica desde sus comienzos. Desde que F.J. Simonet formulara sus teorías sobre la mujer hispano-musulmana se ha idealizado considerablemente el hecho de que la mujeres en Al-Andalus gozaran de unos privilegios, una libertad y un papel que se alejaba en gran medida del contexto musulmán de la época. Naturalmente, hemos de decir que alguna diferencia hubo con respecto a la mujer musulmana medieval, pero sin que se pudiera llegar a hacer afirmaciones tan tajantes como son las de Bosch y Hoenerbach: “se sabe que la sociedad andalusí y la de la Andalucía islámica, muy particularmente, concedía a sus mujeres una sorprendente libertad” . No fue ni tanto ni tan poco. En la actualidad los estudios que se están realizando van más encaminados a una realidad objetiva de la situación de la mujer andalusí.

Wallāda era princesa, hija del anodino y vencido califa Muhammad III al-Mustakfī. Y es una de las poetisas más originales que se ha conocido en la Córdoba Omeya, ya tardía y decadente. Reunió a su alrededor y en sus tertulias a los escritores más importantes de su época y poseía un alto nivel literario y cultural. Pero, como hemos visto a lo largo de la exposición, era una mujer que se salía de la norma, y que rompía con todos los cánones previstos para la mujer musulmana. Hasta el punto de que, por una parte se buscaba su agradable compañía y era admirada por su belleza y nobleza, pero “su desprecio por las conveniencias -como escribe Teresa Garulo- dio lugar a numerosas habladurías acerca de su conducta, de ahí también la afirmación de que carecía del decoro propio de su nobleza”.

Por todo ello podemos afirmar que se traba de una mujer que gozó de una gran libertad y de una gran independencia. Ya hemos podido observar que Wallāda no dudó nunca en hacer uso de su literatura para expresar abiertamente aquello que pensaba y comunicar incluso sus sentimientos más íntimos. Es de vital relevancia para poder analizar la poesía de Wallāda tener en cuenta el momento en que se encontraba la historia de la poesía de Al-Andalus en la que Wallāda se sitúa. Wallāda está viviendo en el siglo XI cuando, podemos decir que, la poesía aparece más libre que nunca y que dominadas tanto la tradición “Moderna” como la “Neoclásica”, las poetisas dan la impresión de moverse de una manera más espontánea en sus manifestaciones literarias, y quizás a todo ello obedezca el relativo encanto y la gracia de algunos poemas, especialmente de amor. Es de destacar que esta libertad la usó también para escribir los poemas que le dedicó a su gran y tormentoso amor, Ibn Zaydūn. Poemas en los que muestra abiertamente sus sentimientos más profundos y en los que usa la retórica y la sátira.

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